Tiempo de Dios

Recursos para Orar

Aprendiendo a orar

¿Qué es la oración?

Para empezar hay que distinguir entre rezar y orar. Rezar es el hecho de recitar de memoria frases u oraciones aprendidas con anterioridad. Para la oración, sin embargo, no es necesario ejercicio alguno del intelecto. Se trata de una disposición interior afectiva que busca solamente un encuentro en la intimidad con el Señor. Para ello no hace falta construir frases ni poner en marcha la memoria. Sobran las palabras, basta únicamente la voluntad: «Le quiero y quiero estar con Él«.

En este sentido afirmar que la oración es un diálogo profundo con Dios y, como todo diálogo se hace imprescindible la escucha, la actitud abierta y receptiva hacia Aquel de quien lo esperamos todo, en quien confiamos y a quien entregamos nuestra vida.

Si la oración es comunicación con el Señor debemos ser conscientes de que, más esencial de lo que nosotros digamos, es lo que Dios nos quiere transmitir, y más importante aún que el mensaje siempre será el Emisor. Toda comunicación es válida en tanto en cuanto favorece el encuentro, de esta forma la mejor finalidad de la oración será procurar el encuentro íntimo y personal con el Señor.

¿Por qué hay que hacer oración?

Hay un proverbio oriental que dice: «Si tienes un amigo recorre con frecuencia el camino hacia su casa, de lo contrario corres el peligro de que crezca la maleza y no encuentres el camino».

Esta frase expresa muy bien la importancia de la oración. La amistad y el amor es un regalo, el mejor regalo que nos podemos hacer los seres humanos, es por tanto, gratuidad total y absoluta: nadie nos puede exigir amistad/amor ni nosotros se lo podemos exigir a nadie. Sin embargo, la amistad una vez que se tiene, requiere ser cultivada, cuidada y atendida. Se convierte de esa forma en una tarea. El amor se alimenta con la presencia del amado. Es necesario encontrar tiempo para estar con él. No es suficiente verlo y hablarle entre el barullo de la gente, hay que reservar un espacio para la intimidad, para estar a solas, para compartir la existencia con quien quieres. Cuando esto no se hace o se abandona, al principio se echa en falta, después la amistad, va enfriándose poco a poco y al final la distancia y la lejanía provocan que estas personas acaben como viéndose como extraños y desconocidos. La presencia del otro ya no dice nada, desapareció el afecto, murió.

En nuestras relaciones con Dios nos puede pasar exactamente lo mismo. Más de una vez habremos observado a personas cercanas, comprometidas con el Evangelio y que, al volcarse en un activismo desenfrenado, empiezan descuidando la oración y acaban perdiendo la fe.

La oración, junto a la Eucaristía alimenta la fe, consolida la esperanza, acrecienta el amor. Si dejamos de hacer oración es como si dejáramos de comer. Al principio se siente hambre, pero después esta desaparece (anorexia) y entramos en el plano inclinado de la muerte. En el caso de la falta de oración, será muerta espiritual.

¿Cómo se debe orar?

Al tratar la forma de orar debemos diferenciar la disposición externa, la interna y el método.

En primer lugar debemos resaltar la importancia de la postura corporal. Para el ser humano el cuerpo es un medio de comunicación, nos expresamos a través de él. Todo gesto es una manifestación de nuestra persona y a cada gesto corresponde, además, una vivencia interior. No expresamos ni decimos lo mismo cuando estamos de rodillas o elevando las manos, o cuando inclinamos la cabeza hacia abajo, etc. De esta forma, la expresión corporal acompaña a nuestra oración dándole forma e identificándola.

Es aconsejable, entonces, buscar y adoptar siempre la postura más adecuada al tipo de oración que estemos realizando: adoración, súplica, alabanza, etc.

En segundo lugar, hacemos constar el valor del silencio como disposición interna necesaria en la oración. Antes de entrar en comunicación con Dios, y como medio de llegar al encuentro con Él, es conveniente callar todos los ruidos, preocupaciones, pensamientos y distracciones que impidan centrar la atención sólo y exclusivamente en su persona.

Este silencio exterior e interior debe ir acompañado de una actitud de disponibilidad y entrega. Abiertos siempre a la voluntad del Padre.

En cuanto al método, no consideramos oportuno hacer una exposición exhaustiva de cada una de las técnicas de la oración, ni siquiera vemos provechoso detallar cada uno de los diferentes estilos. Nos limitamos solamente a enumerar algunas posibilidades:

Orar con la Biblia. A partir de los textos del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento.

Rezar con los Salmos.

Orar ayudados por la lectura de textos de espiritualidad.

Pedir a partir de noticias de actualidad.

Orar con canciones religiosas.

Rezar con iconos o imágenes sagradas.

Hablar con Dios desde la contemplación de la naturaleza.

Orar desde el vacío interior total como espacio reservado sólo para Dios.

¿Cuándo se debe orar?

Se debe orar siempre, en toda ocasión. Podríamos, incluso, afirmar que la vida del cristiano es toda oración si, en verdad, es una vida vivida para Dios, y en relación con Él. Pero también podemos caer en el error de pensar que, como toda acción, vivida desde la fe, es oración, no es necesario dedicar momentos para perderlos «a solas con el Señor».

Para un padre de familia no basta con que todo cuanto realiza la haga por su mujer y sus hijos, será también básico que dedique tiempos para estar con su mujer y con sus hijos. Del mismo modo, no basta con que nosotros lo hagamos todo por Dios, sino que también será elemental el que dediquemos tiempo para estar con Él.

Cada día debemos  reservar unos momentos para la oración, para la intimidad con el Señor, para el sosiego espiritual. Este momento no surge si no está previsto, preparado. Fijemos para cada día nuestra cita con el Señor, y no faltemos a ello.

¿Dónde orar?

Lo más sencillo sería decir: «en cualquier sitio». Cualquier lugar es bueno para encontrarse con Dios, para la oración. Es cierto; podemos orar en el trabajo, en la fábrica, en el taller, en la universidad. Podemos encontrarnos con Dios en la calle, en el cine, en una fiesta, etc.

Pero también es verdad que no todos los lugares favorecen de la misma manera este encuentro con Jesucristo. La oración se puede hacer menos difícil si procuramos un ambiente adecuado. Lugar apropiado sería aquel que facilita la soledad, el silencio; un sitio donde no haya apenas elementos que desvíen la atención. La meditación y la contemplación pueden verse favorecidas cuando el sujeto se encuentra en un paraje natural: junto a un río, en la montaña alta, frente al mar, o cuando nos encontramos en una habitación desnuda de adornos, o frente a la luz tenue de una vela, etc. Nunca olvidemos que un lugar privilegiado será siempre delante del sagrario, donde Cristo está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía.

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