Lecturas refrescantes para jóvenes en tiempo de verano. 

Por José Miguel Burgui (Salesiano de Don Bosco). 

Es la víspera de las vacaciones y tanto a la salida de una gran ciudad como a la entrada, los coches están amontonados, los de la salida por el intenso tráfico y los de la entrada, también por los muchos vehículos que llegaban de visita a la ciudad turística y sobre todo por un pequeño accidente, un choque entre dos vehículos. No hubo muertos, sí heridos.

En esta parte de la autovía, a la entrada, tarda mucho en arreglarse la normalidad del tráfico, no tanto a la salida, que poco a poco y con cierta lentitud se ponen los coches en movimiento.

En la parte del accidente, tanto conductores como acompañantes se bajan de los coches y charlan unos con otros dando toda clase de explicaciones.

Nos acercamos mi hijo Xavi y un servidor hasta la cabeza, ya que estábamos muy próximos para así ver mejor lo sucedido; llegan coches de la policía, van tomando nota de lo ocurrido y también llega una ambulancia, donde se llevan a uno de los heridos. Son muy diversos los comentarios sobre el hecho, nos impresionó mucho cuanto escuchamos a dos señores que el uno le decía al otro que la culpa del choque la había tenido el conductor del Renault, ya que quiso adelantar al seat cuando no era el momento y además saltándose la raya continua y a gran velocidad, uno de ellos lo comentaba con toda clase de tacos, blasfemias y disparates y va a ser que el otro señor, educado y paciente le interrumpe y corrige advirtiéndole que ese modo de explicación no era el correcto, que evitara tacos y blasfemias contra Dios y el señor amonestado, que conocía a quien se le habían llevado herido al hospital, aumenta sus disparates contra el conductor que intentó adelantarle y sin más le comunicó lo siguiente: “Amigo, ese es su modo de ver el caso, el mío es muy diverso y distinto, he elevado desde el primer momento una oración al Señor Dios, al que Ud ha maldecido, tanto al que adelantó como al herido y al escucharle a Ud, también lo voy a hacer por Ud. Y la razón es para que los tres gocéis en su momento de paz”

Va a ser ahora cuando el blasfemo cerró la boca, miró con profundidad al señor que elevó la oración y le regaló un fortísimo abrazo sin pronunciar palabra alguna y en este profundo y prolongado abrazo cuando la policía da la señal para que los coches se preparen y vayan avanzando lentamente y arranquen, de nuevo se repitió el abrazo y en el que antes blasfemó se iniciaron en sus ojos unas lágrimas, el señor de la oración retrocedió corriendo hacia su vehículo y el otro, de lejos y con fuertes gritos le dijo varias veces, gracias, gracias, gracias. Había aprendido la lección.

Esto lo vivimos una tarde de julio, mi hijo Xavi y un servidor al comienzo de unas vacaciones de verano.

Moraleja

No juzgar nunca, hay que callar, observar y ante cualquier circunstancia, accidente, frustración, dolor y con personas muy mal educadas y blasfemas, elevar una oración al Señor por todos ellos para que reine la paz.