Lecturas refrescantes para jóvenes en tiempo de verano.
Por José Miguel Burgui (Salesiano de Don Bosco).
Se le atribuye a José Luis Martín Descalzo que nació en Madridejos (Toledo) (1930-1991). Sacerdote y periodista, murió en Madrid, escribió novelas, ensayos, poesía, teatro. En 1956 obtuvo el premio Nadal.
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Narración
Existió un cura que estaba harto de una beata que todos los días venía a contarle las revelaciones que Dios personalmente le hacía.
Semana tras semana, la buena señora entraba en comunicación directa con el cielo y recibía mensaje tras mensaje.
El cura, queriendo desenmascarar de una vez lo que de superchería había en tales comunicaciones, dijo a la mujer: “ Mira, la próxima vez que veas a Dios dile que, para que yo me convenza de que es Él quien te habla, te diga cuáles son mis pecados, esos que sólo yo conozco”.
Con esto, pensó el cura, la mujer se callará para siempre y dejará de molestarme con esas historias.
Pero a los pocos días regresó la beata.
“¿Hablaste con Dios?”
“Sí”
“¿Y te dijo mis pecados?”
“Me dijo que no me los podía decir porque los había olvidado”
Al oír esto, el cura no supo si las apariciones aquellas eran verdaderas, pero supo que el conocimiento sobre Dios de aquella mujer era bueno y profundo: porque la verdad es que Dios no sólo perdona los pecados de las personas, sino que, una vez perdonados, los olvida. Esta es la misericordia de Dios que tan bien conocía aquella anciana.
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Breve reflexión
Esta es la misericordia de Dios: no sólo perdona, sino que excusa y olvida.
Hay una gran diferencia entre el comportamiento de Dios y el nuestro. Nosotros olemos decir: “Perdono, pero no olvido”. Esto no es perdonar. Hay que saber pasar la página sin tener en cuenta lo pasado.
Dios nos pide que nos perdonemos unos a otros y esto nos cuesta mucho, sobre todo cuando otra persona nos ha hecho mal o no nos quiere o incluso nos odia.
El Señor nos pide mucho más, que perdonemos incluso al enemigo, a quien nos hizo algún daño. Esto nos supera, vamos a necesitar una fuerza especial que nos ayude a ello y esa fuerza sólo puede venir de lo alto, del mismo Señor.
Olvidemos lo malo que alguien nos haya hecho, aprendamos a devolver bien por mal. Si esto fuera así, tendríamos una convivencia muy distinta.
Dios no tiene en cuenta nuestros males, los olvida siempre que nos arrepintamos. ¿No podremos hacer algo parecido nosotros? Olvidar todo lo malo y sí arrancar y cuidar esa flor que ha nacido en el estiércol. Hemos de recordar y recoger siempre lo bueno, dejando de lado la basura.