Lecturas refrescantes para jóvenes en tiempo de verano. 

Por José Miguel Burgui (Salesiano de Don Bosco). 

Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja. El suelo de la finca era fértil y producía buenas cosechas, las cuales se las repartían a partes iguales.

Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en el que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando:

– No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro, su necesidad es mayor que la mía.

Entonces se levantaba de la cama, acudía al granero y vertía un saco de grano en la parte de su hermano.

También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo:

– Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva como yo, la mitad de la cosecha. Yo no tengo que mantener a nadie, sólo a mí mismo. ¿Es justo que mi hermano reciba lo mismo que yo?

Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano.

Un día se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda.

Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos hermanos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron levantar un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél.

La verdadera diferencia religiosa no está en los que hacen culto y cumplen o no, sino entre quienes aman o quienes no aman, quienes dan al necesitado o quienes se lo guardan para sí.