Un momento para reflexionar
Por Santi Domínguez
Hace unos días una amiga refugiada Siria, me contó una experiencia que tuvo en la Universidad. Para realizar un documental convocaron a diversos chicos y chicas con status de refugiados para realizarles entrevistas y contar su experiencia. Cuando llego su turno le dijeron ¡TU NO! No tienes cara de refugiada, y no le grabaron la entrevista.
Cuando me lo contó, me quede perplejo. ¿Acaso un refugiado tiene que tener una cara determinada? ¿Tiene que llevar velo si es el caso de una mujer? ¿Tiene que vestir de una manera determinada para saber que es un refugiado? ¿Queremos situar etiquetas donde no tiene que haberlas?
Son gente como tú y yo que lo han perdido todo. Han dejado toda su vida atrás, a menudo se han quedado con lo poco que han podido cargar a cuestas. Cruzan mares y territorios hostiles para llegar a nuestros países y poder empezar de nuevo. Simplemente quieren un trabajo, contribuir a la comunidad, que sus hijos puedan ir a la escuela y tengan una vida mejor. Al igual que nosotros, buscan una vida digna con libertad y seguridad. Pero yo te digo, que aun así no tienes cara de refugiada.
En la actualidad hay más de 65 millones de personas en el mundo que se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la violencia, la persecución y la guerra.
Muy de actualidad, nos toca de cerca la problemática de los refugiados sirios, quienes por un lado tienen que enfrentar en su mente un conflicto enorme, conllevando ello un gran sufrimiento debido a que: por un lado, están escapando de su propio país, donde tienen su identidad, sus recuerdos, su vida hasta el día en que deciden que deben irse; esto es, es huir de tu propio pasado a la fuerza, para a la vez, enfrentarse a un futuro incierto, ansiógeno y altamente estresante, en un país diferente, que no es el propio, y que no se conoce, (teniéndose que adaptar a otras costumbres, integrarse en otro tipo de grupos y ambientes…etc.) entrando aquí cuestiones sociológicas, antropológicas etc. Es una dicotomía muy compleja y dolorosa, en la que existe un punto de inflexión que es la partida del refugiado a otro país vecino para mejorar sus condiciones de vida y seguridad. Y vamos, nosotros le decimos: ¡No tienes cara de refugiada!
Estos migrantes forzados además tendrán que convivir con los recuerdos tortuosos de las situaciones que han vivido y que les han llevado hasta el país destino. Sólo hay que escucharles con empatía. Verás que tienen sentimientos de miedo, por el anticipo o incertidumbre de lo que pasará en un futuro incierto y estresante, lo que les cuesta la identificación con el nuevo entorno y dificultades para entablar nuevas relaciones y apoyos que puedan ser útiles en el proceso de adaptación al nuevo país de residencia. En ocasiones el idioma no será el mismo, y esto puede generar ciertas barreras de comunicación. Y vamos, nosotros le decimos: ¡No tienes cara de refugiada!
Deberíamos reflexionar que ser refugiado es algo muy difícil. Hay que enfrentarse como persona a muchas dificultades y desafíos. Por ello, la práctica de la empatía, la solidaridad y la ayuda es clave. Y que el sufrimiento humano que un refugiado padece, puede ser en estos casos opcional (ya que a nadie nos consultan si queremos que se produzcan guerras y otros desastres), pero tenderles la mano, y paliar dicho sufrimiento, ha de ser una obligación.
Ha llegado el momento de mostrar nuestra solidaridad con las personas refugiadas y no de darles la espalda cerrando los ojos o nuestras fronteras. Debemos mantenernos unidos contra la misma intolerancia y miedo que ha provocado que tantas personas se hayan visto obligadas a huir para salvar sus vidas.
Yo lo tengo claro, cuando veo a mi amiga enfrente de una taza de té. No me importa su cara, si es de refugiada estándar o no, cómo algunos quieren ver. Tengo delante de mí, una amiga que quiere ser feliz, aquí y ahora en nuestra tierra. Tengo la responsabilidad como amigo de ayudarle en su camino, como ella me ayuda a mí también. ¡YO SI! No me importa tu cara.